Nunca tuvo la llave que abría el templo,
la carne ya no era refugio
ni siquiera para un alma escuálida,
el sintético,
las letras que simulaban constelaciones,
ardía;
todos sus semejantes estaban perdidos
y ninguno daba respuestas;
en un mar de rostros y manos extendidas,
que al contacto de las suyas se pulverizaban,
llovía tinta y estiércol;
mientras un féretro se abría
con su nombre dentro,
veía bajar las nubes;
gas natural y butano.
El hombre no es hombre
hasta que lo confirma con su muerte,
entonces no le llamemos hombre
porqué dijo una palabra
y vida salió de sus labios.